Dibujaba un nombre en la arena, y mirando el horizonte esperó el atardecer que tanto le gustaba; tomó sus ansias y su sonrisa y caminó sola con aquel viento que suave discurría por su piel...
¡Oh! ¡Mengana! ¡si te hubieras visto como yo te ví aquella tarde!!! ¡tan radiante y tan sublime! tu sonrisa al viento, fue siempre la misma que extrañé tantas veces y quise besarte ¡dulce Mengana!
Miraste al cielo y llamaste a alguien, y mi corazón que te abriga sintió temor de que no fuera a mi, que no fuera mi nombre aunque... no sé.
Mengana se orilló al mar y recordó aquella vez... aquella vez que se sintió su mirada atravezar el campo y descansar en ella; aquella mirada que correspondió con rubor y que luego tuvo con sus besos, con sus ganas, con sus ansias.
Regresó sobre sus pasos y pensó que no sería igual... y su nombre era el pálpito que necesitaba... lo llamó creyendo que podía ser escuchada y acarició la esperanzadora idea de volver a verlo, de sentirlo y de llamarlo Fulano, tantas veces como suyo era siempre... y partió.
Ricev
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